
En las últimas décadas, el concepto de “niño interior” se ha popularizado ampliamente en redes sociales, terapias alternativas y discursos de autoayuda. Se le atribuyen funciones de guía emocional, sanación y hasta desarrollo espiritual. Pero, ¿qué dice el psicoanálisis frente a este fenómeno? ¿Existe realmente un “niño interior” en el aparato psíquico? ¿O estamos frente a un mito moderno que busca llenar un vacío simbólico?
Este artículo explora la diferencia entre una noción terapéutica simplificada y la complejidad estructural que el psicoanálisis ofrece sobre la infancia y su inscripción en el inconsciente.
La infancia no es un recuerdo: es una estructura
Desde Freud hasta Lacan, la infancia no se considera una etapa cronológica que puede “recuperarse” o “sanarse”. Es, más bien, el momento en que el sujeto se constituye en el lenguaje, el deseo y la falta. En ese sentido, el “niño” no vive en nuestro interior esperando ser abrazado, sino que forma parte de una escena estructural que marca el modo en que deseamos, hablamos, amamos y nos vinculamos.
¿Cómo se forma el sujeto en el psicoanálisis?
El psicoanálisis no busca “reconectar con el niño interior”, sino leer cómo esa infancia fue inscrita en el inconsciente, a través de marcas, palabras, silencios, escenas y deseos que no desaparecen, pero que tampoco pueden recuperarse tal como fueron.
El mito del “niño herido”: consuelo o ficción
Las corrientes terapéuticas que trabajan con la idea de “niño interior herido” suelen invitar al paciente a visualizar a ese niño, hablarle con amor, abrazarlo y ofrecerle lo que no recibió. Aunque este gesto puede producir cierto alivio emocional, el psicoanálisis advierte que se trata de una ficción que corre el riesgo de reforzar una fantasía de completud.
Desde la perspectiva analítica, nadie puede “reparar” su infancia desde el presente, porque el tiempo del inconsciente no es lineal ni reversible. La herida no se sana con ternura dirigida a una imagen interna, sino poniendo en palabras aquello que no pudo decirse, trabajando con las formaciones del inconsciente que repiten ese malestar en el presente.
El niño que fuimos no es quien creemos
Muchas personas construyen una imagen idealizada o dramática de su infancia: el niño bueno, el niño abandonado, el niño feliz, el niño triste. Pero esa imagen no es un reflejo fiel del pasado, sino una construcción psíquica desde el yo adulto, atravesada por fantasías, omisiones y reconstrucciones simbólicas.
El psicoanálisis permite poner en cuestión esa imagen, desarmar el relato que el sujeto se cuenta sobre su historia y abrir espacio a lo no sabido, lo no dicho, lo que no entra en la conciencia. El verdadero trabajo clínico no está en consolar a un niño interno, sino en interrogar el lugar que ese niño ocupa en nuestro deseo, nuestras elecciones y nuestros vínculos.
¿Qué dice Lacan sobre la infancia y el deseo?
El niño en el análisis: transferencia, deseo y repetición
En análisis, no se trabaja con una figura imaginaria del niño, sino con los efectos que la infancia sigue produciendo en el sujeto. Muchas veces, en la transferencia con el analista, emergen posiciones infantiles que no se reconocen como tales: demandas excesivas, temores de abandono, búsqueda de aprobación, miedo a la castración.
No se trata de “regresar” a la infancia, sino de leer en el presente cómo esa posición subjetiva continúa actuando, muchas veces de forma inconsciente. El niño no está “dentro”, está en el discurso, en la forma en que nos vinculamos, en cómo repetimos escenas, en cómo deseamos.
¿Qué ofrece el análisis frente al mito del niño interior?
El análisis no ofrece consuelo ni promesas de “sanación emocional”. Lo que ofrece es un espacio donde el sujeto pueda hablar sin ser juzgado, donde su palabra tenga lugar, donde pueda nombrar lo que duele, lo que se repite, lo que no logra entender. Y en ese proceso, no se trata de abrazar al niño interior, sino de asumir una responsabilidad subjetiva frente al deseo.
Aceptar que la infancia no puede recuperarse ni repararse, que no todo puede explicarse, que hay marcas que no se borran, no es resignación, sino libertad. Libertad de ya no estar atado a una imagen ideal del pasado, de poder construir algo nuevo con eso que no fue.
No hay niño interior, hay sujeto dividido
El psicoanálisis no trabaja con totalidades internas, ni con “yoes” escondidos esperando ser rescatados. Lo que hay es un sujeto dividido, habitado por el lenguaje, marcado por la falta, estructurado por el deseo. Y es en ese sujeto —no en un niño interior imaginario— donde se juega la verdad del análisis.
La apuesta no es hacia el rescate de un niño ideal, sino hacia la posibilidad de hablar desde otro lugar, de asumir lo que nos constituye, de salir de la lógica del sufrimiento repetido y construir una posición ética frente a la vida.
¿Querés dejar de repetir una infancia que no se va?
Si sentís que hay algo que te detiene, que se repite, que te atrapa sin explicación, no necesitas abrazar a un niño imaginario, sino encontrar un lugar donde tu palabra tenga sentido.
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