
Vivimos en una época en la que se promueve la idea de que las emociones deben educarse, gestionarse y controlarse desde edades tempranas. Desde las escuelas hasta las redes sociales, la “educación emocional” se ha convertido en una especie de mandato moderno: aprender a identificar, expresar y regular los afectos. Sin embargo, desde la perspectiva del psicoanálisis, esta propuesta —aunque bien intencionada— encuentra un límite estructural: el deseo no se enseña.
En este artículo, abordaremos las tensiones entre el discurso de la educación emocional y la lógica del inconsciente, para mostrar por qué el deseo no es un contenido pedagógico, sino una construcción singular que solo puede desplegarse en un espacio donde la palabra tenga lugar.
¿Qué se quiere enseñar cuando se habla de emociones?
Cuando se habla de “educación emocional”, muchas veces se busca que los niños aprendan a nombrar lo que sienten, a identificar emociones básicas (alegría, tristeza, enojo, miedo, etc.), y a responder de forma socialmente aceptable. Aunque esto pueda facilitar la convivencia y generar cierta regulación conductual, reducir lo emocional a una categoría manejable es, en muchos casos, una forma de censura velada.
Desde el psicoanálisis, lo emocional no es un dato biológico o universal. Las emociones no son etiquetas, son efectos del lenguaje, del deseo, de la relación con el Otro. No pueden clasificarse como si fueran colores en una paleta. Y mucho menos enseñarse desde afuera.
¿Qué lugar ocupa el Otro en la construcción del deseo?
¿Y el deseo? ¿Puede enseñarse a desear?
El deseo, en el psicoanálisis, no es sinónimo de voluntad ni de motivación. Es una estructura inconsciente que se arma en relación con la falta. Es el deseo del Otro, el deseo por saber qué quiere el Otro, lo que motoriza al sujeto. Por eso, el deseo no es educable, no puede enseñarse como se enseña matemáticas o un idioma.
Los discursos que pretenden enseñar a “desear bien”, a “poner límites emocionales sanos” o a “crear vínculos conscientes” muchas veces anulan la dimensión inconsciente de la vida psíquica. El deseo no es sano ni insano: es estructural, conflictivo, contradictorio. Y justamente por eso, no puede ser domesticado pedagógicamente.
¿Qué es el deseo en el psicoanálisis?
El sujeto no es un proyecto de gestión emocional
La educación emocional suele estar guiada por la idea de un sujeto que puede controlarse, regularse, planificarse y mejorarse continuamente. Esta visión del yo como un “proyecto de optimización” desconoce lo más radical del psicoanálisis: el sujeto está dividido, habitado por un inconsciente que no obedece a la lógica del yo.
Pensar que el sujeto puede regular sus emociones a voluntad es desconocer la dimensión traumática del lenguaje, la angustia, el síntoma, lo que no se controla ni se domestica. Por eso, el análisis no busca “educar al sujeto”, sino permitirle hablar, responsabilizarse de su deseo, y leer lo que lo determina más allá de su voluntad.
La paradoja de enseñar a sentir “lo correcto”
Otro riesgo de la educación emocional es el establecimiento de un modelo afectivo ideal: niños felices, adultos conscientes, vínculos armoniosos. Pero, ¿qué ocurre con la tristeza, el odio, el miedo, el dolor, la angustia? ¿Dónde queda lo que no encaja, lo que incomoda, lo que no se puede nombrar?
En muchos contextos educativos o familiares, se empieza a premiar lo emocionalmente “positivo” y a reprimir lo “negativo”. Así, el niño aprende desde muy temprano que hay emociones aceptables y otras que deben silenciarse. Lo que no se permite decir se reprime… y retorna como síntoma.
El lugar del análisis: no educar, sino escuchar
Frente a la promesa de técnicas para mejorar el “clima emocional”, el análisis propone algo mucho más radical: crear un espacio donde el sujeto pueda hablar sin ser corregido, sin ser educado, sin ser medido.
El psicoanálisis no busca que el sujeto regule sus emociones, sino que pueda decir lo que le ocurre, sin que ese decir tenga que ser lógico, coherente o socialmente aceptado. En ese decir, el deseo puede emerger. Y cuando el deseo habla, algo cambia en la relación del sujeto con su síntoma.
Lo que no se enseña, pero sí se puede trabajar
Aceptar que el deseo no se enseña no implica resignarse al sufrimiento. Al contrario, implica abrir la posibilidad de trabajarlo. No desde la corrección emocional, sino desde una ética del deseo. Porque lo que no se enseña, sí puede escucharse. Y en esa escucha, pueden transformarse los modos en que nos repetimos, nos defendemos y nos dañamos.
¿Sientes que lo que te enseñaron sobre tus emociones no alcanza para explicar lo que te pasa?
El deseo no se gestiona ni se domestica. Pero sí puede escucharse. El análisis es una oportunidad para leer tu malestar sin imponerle una solución prefabricada.
Consulta con el Dr. Carlos Hurtado y comienza un proceso que no busca corregirte, sino escucharte.