
La actualidad parece estar marcada por una consigna silenciosa pero exigente: haz más, logra más, muévete más rápido. Cada día parece una carrera contra el tiempo, en la que lo importante no es tanto lo que se siente sino cuánto se produce, cuánto se optimiza, cuánto se rinde. En este contexto, los síntomas cambian de forma: ya no se presentan necesariamente como sufrimientos visibles, sino como desconexión, ansiedad flotante, insatisfacción constante y una profunda dificultad para detenerse y sentir.
En este artículo exploramos cómo se manifiesta el malestar en la época actual, por qué la lógica del rendimiento está directamente conectada con la angustia y el vacío contemporáneo, y qué propone el psicoanálisis frente a esta maquinaria del “más”.
La lógica del rendimiento: un imperativo sin descanso
Ya no basta con trabajar. Hoy se espera que se trabaje con pasión. Ya no basta con descansar. Hoy hay que hacerlo de forma eficiente. Incluso el ocio debe ser productivo: leer, entrenar, meditar, emprender. Todo parece estar capturado por la lógica del rendimiento, un modelo donde el sujeto no descansa, se exige a sí mismo, y se juzga constantemente por no hacer lo suficiente.
Este mandato no viene siempre desde afuera. Se ha interiorizado. Por eso es tan difícil identificarlo: el sujeto se vuelve su propio verdugo, su propio supervisor. No hay un “Otro” que impone, sino un ideal que el yo intenta alcanzar a cualquier precio.
¿Cómo actúa el superyó en el malestar contemporáneo?
La aceleración como defensa
En muchos casos, el ritmo vertiginoso de la vida actual no es casual. La aceleración funciona como defensa frente al vacío, al deseo, al dolor, al encuentro con uno mismo. Cuando todo va rápido, no hay tiempo para sentir. Y eso, para muchos, es un alivio momentáneo.
Pero esa defensa tiene un costo. Porque el cuerpo no resiste indefinidamente, y el deseo, aunque callado, insiste. La aceleración crónica desgasta, agota, desconecta. Y cuando por fin hay un momento de pausa, lo que aparece es la angustia: lo que no se quería escuchar.
Cuando todo se mide, nada se desea
Uno de los efectos más visibles de la lógica del rendimiento es la pérdida de conexión con el deseo. Todo debe ser cuantificable: metas, hábitos, productividad, incluso emociones. Pero el deseo no obedece a métricas. No se puede forzar ni programar.
En lugar de desear, el sujeto empieza a cumplir: tareas, objetivos, protocolos. El deseo queda desplazado por la exigencia de estar a la altura, de no detenerse, de no fracasar. Y sin deseo, lo que queda es una existencia repetitiva, vacía, sin palabra.
¿Qué es el deseo en el psicoanálisis?
El sujeto cansado: síntomas de época
No es casual que muchos de los malestares actuales no aparezcan como grandes crisis sino como formas de agotamiento, insomnio, ansiedad difusa, problemas de concentración o una sensación de desconexión permanente. Se trata de síntomas sin una causa evidente, que muchas veces no pueden ser explicados desde lo médico o lo conductual.
El sujeto se siente cansado, pero no sabe por qué. No hay tragedia visible, pero sí una incomodidad persistente. En muchos casos, ese cansancio no es físico, sino psíquico: el resultado de sostener una imagen de eficiencia que no se corresponde con el deseo propio.
El psicoanálisis como pausa y lectura
Frente a esta lógica de la prisa y la optimización, el psicoanálisis propone algo radicalmente distinto: una pausa, un espacio donde no se espera rendimiento, sino palabra. No se trata de rendir mejor, sino de leer qué está en juego en ese esfuerzo constante.
El análisis no ofrece recetas ni soluciones rápidas. Pero ofrece algo que escasea en la época del rendimiento: un tiempo propio, una escucha sin juicio, y la posibilidad de decir lo que no encuentra lugar en otros espacios.